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Michel de Montaigne

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Michel Eyquem de Montaigne o más simplemente Michel de Montaigne (nacido en Burdeos el 28 de febrero de 1533 en el château de Montaigne en Saint-Michel-de-Montaigne, Dordogne, muerto el 13 de septiembre de 1592) fue un filósofo, escritor, humanista, moralista y político francés del Renacimiento, autor de los Ensayos, y creador del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo.

Biografía

Montaigne nació en Burdeos,el 28 de febrero de 1533. Su familia materna, de ascendecia judía portuguesa, fueron posteriormente judeoconversos aragoneses (sefardíes), los López de Villanueva, documentados en la judería de Calatayud, tres de los cuales fueron quemados por la Inquisición, incluido su bisabuelo Pablo López en 1491; gozaba de una buena posición social y económica y él estudió en Guyenne. Recibió de su padre, Pierre Eyquem, alcalde de Burdeos, una educación a la vez liberal y humanista; muy niño lo envió a convivir con los campesinos de una de las aldeas de su propiedad para que conociera la pobreza; le despertaban siempre con música. Para que aprendiese latín, su padre contrató un tutor alemán que no hablaba francés y así no tuvo contacto con esta lengua durante sus primeros ocho años de vida: el latín fue su lengua materna; luego se le enseñó griego y después que lo dominó por completo comenzó a escuchar francés. Entonces se le envió a la escuela de Burdeos y allí completó en sólo siete años los doce años escolares. Se graduó después en leyes en la Universidad. Sus contactos familiares le granjearon el cargo de magistrado de la ciudad y en ese puesto conoció a un colega que sería su gran amigo y corresposal, Etienne de la Boétie. Los siguientes doce años (1554-70) los pasó en los tribunales.

Admirador de Virgilio, Séneca, Plutarco y Sócrates, fue un humanista que tomó al hombre, y en particular a él mismo, como objeto de estudio en su principal trabajo, los Ensayos (Essais) empezados en 1571 a la edad de 38 años, cuando se retiró a su castillo. Escribe que «Quiero que se me vea en mi forma simple, natural y ordinaria, sin contención ni artificio, pues yo soy el objeto de mi libro». El proyecto de Montaigne era mostrarse sin máscaras, sobrepasar los artificios para desvelar su yo más íntimo en su esencial desnudez. Junto con Francisco Sánchez "El Escéptico", fue el principal defensor del escepticismo en el Renacimiento tardío. Fue un crítico agudo de la cultura, la ciencia y la religión de su época, hasta el punto de que llegó a considerar la propia idea de certeza como algo innecesario. Su influjo fue colosal en la literatura francesa, occidental y mundial, como creador del género conocido como ensayo.

Durante la época de las guerras de religión, Montaigne, católico él mismo, pero con dos hermanos protestantes, trató de ser un moderador y de contemporizar con los dos bandos enfrentados. Le respetaron como tal el católico Enrique III y el protestante Enrique IV. De 1580 a 1581, viajó por Francia, Alemania, Austria, Suiza e Italia, llevando un diario detallado donde describió episodios variados y las diferencias entre las regiones que atravesaba. Sin embargo, este escrito sólo llegó a ser publicado en 1774, con el título Diario de viaje.

Mientras estaba en Roma, en 1581, fue elegido alcalde de Burdeos; su padre Pierre Eyquem había sido ya alcalde de esta villa, que Michel rigió hasta 1585, cuando intentó moderar las tensiones entre católicos y protestantes. Hacia el fin de su mandato, la peste asedió la ciudad.

Cuando Enrique IV, otra vez rey y con quien él sostuvo siempre una relación amistosa, le invita a la Corte como consejero, rehusando el papel de un nuevo Platón en la corte del tirano Dionisio de Siracusa, declinó tan generosa proposición: «Yo no he recibido jamás ninguna generosidad por parte de los reyes, que no he pedido ni merecido, ni he recibido paga alguna por los pasos que he dado en su servicio. [...] Soy, Sire, tan rico como me imagino».

Montaigne continuó extendiendo y revisando sus Ensayos hasta su muerte, acaecida en 1592 en el castillo de su nombre, en cuyas vigas del techo hizo grabar sus citas favoritas. El lema, mote o divisa de su casa era Que sais-je? (¿Qué sé yo? o ¿Yo qué sé?), y mandó acuñar con él una medalla con una balanza cuyos dos platos se hallaban en equilibrio.

Su obra

Michel de Montaigne, por Dumonstier. Montaigne escribió con pluma festiva y franca, revolviendo un pensamiento con otro, «a salto de mata». Su texto está continuamente esmaltado de citas de clásicos grecolatinos, por lo cual se excusa haciendo notar la inutilidad de «volver a decir peor lo que otro ha dicho primero mejor». Obsesionado con evitar la pedantería, omite a veces la referencia al autor que inspira su pensamiento o que cita y que, de todas formas, es conocido en su época. Anotadores posteriores suplieron esta menudencia.

Considera que su fin es «describir al hombre, y en particular a mí mismo [...] y se encuentra tanta diferencia entre mí y yo mismo que entre yo y otro». Juzga que la variabilidad y la inconstancia son dos de sus características esenciales. «No he visto nunca tan gran monstruo o milagro como yo mismo». Se refiere a su pobretona memoria y su capacidad para ahondar lentamente en los asuntos rodeándolos en espiral para no implicarse emocionalmente, su disgusto ante los hombres que persiguen la celebridad y sus tentativas para desasirse de las cosas del mundo y prepararse para la muerte. Su célebre mote o divisa, Que sais-je?, que puede traducirse por ¿Qué sé yo? o ¡Yo qué sé! refleja bien a las claras ese desapego y ese deseo de interiorizar en su rico mundo interior y es el punto de partida de todo su desarrollo filosófico.

Montaigne muestra su aversión por la violencia y por los conflictos fratricidas entre católicos y protestantes (pero también entre güelfos y gibelinos) cuyo conflicto medieval se agudizó durante su época. Para Montaigne es preciso evitar la reducción de la complejidad en la oposición binaria y en la obligación de escoger bando, privilegiar el retraimiento escéptico como respuesta al fanatismo. En 1942, Stefan Zweig dijo de él: «A pesar de su lucidez infalible, a pesar de la piedad que le embargaba hasta el fondo de su alma, debió asistir a esta despreciable caída del humanismo en la bestialidad, a alguno de esos accesos esporádicos de locura que constituyen a veces lo humano. [...] Esa es la verdadera tragedia de la vida de Montaigne».

Mientras que algunos humanistas creían haber encontrado el Jardín del Edén, Montaigne lamentaba la conquista del Nuevo Mundo en razón de los sufrimientos que aportaba a los que por ella eran subyugados mediante la esclavitud. Hablaba así de «viles victorias». Se encontraba más horrorizado por la tortura que sus semejantes infligían a unos seres vivos que por el canibalismo de esos mismos amerindios a los que se llamaba salvajes.

Tan moderno como muchos de los hombres de su tiempo (Erasmo, Juan Luis Vives, Tomás Moro, Guillaume Budé...), Montaigne profesaba el relativismo cultural, reconociendo que las leyes, las morales y las religiones de diferentes culturas, —aunque a menudo diversas y alejadas en sus principios— tenían todas algún fundamento. «No cambiar caprichosamente una ley recibida» constituye uno de los capítulos más incisivos de los Ensayos. Por encima de todo, Montaigne es un gran seguidor y defensor del Humanismo. Si cree en Dios, rehúsa toda especulación sobre su naturaleza y, ya que el yo se manifiesta en sus contradicciones y variaciones, piensa que debe ser despojado de creencias y prejuicios que lo extravíen.

Sus escritos se caracterizan por un pesimismo y un escepticismo raros en la época renacentista. Citando el caso de Martin Guerre, piensa que la humanidad no puede esperar certidumbres y rechaza las proposiciones absolutas y generales. Su escepticismo se expone sobre todo dentro del largo ensayo Apología de Raymond Sebond (Raimundo Sabunde), capítulo 12, libro segundo, frecuentemente extraído y publicado aparte de los Ensayos. En su opinión no podemos creer nuestros razonamientos porque los pensamientos nos aparecen sin acto volitivo; no los controlamos, no tenemos razón para sentirnos superiores a los animales. Nuestros ojos no perciben más que a través de nuestros conocimientos:

«Si preguntáis a la Filosofía de qué materia es el cielo y el sol, ¿qué os responderá ella sino de hierro o, con Anaxágoras, de piedra o tal estofa según nuestra costumbre? [...]
Que plazca un día a la Naturaleza abrir su seno y hacernos ver propiamente los medios y guía de sus movimientos, y fijemos allí nuestros ojos! ¡Oh, Dios! ¡Qué desvíos, qué vacíos encontraríamos en nuestro pobre saber!»

Michel de Montaigne, Los Ensayos

Juzga el matrimonio como una necesidad para permitir la educación de los niños, pero piensa que el amor romántico es un atentado contra la libertad del individuo: «El matrimonio es una jaula: los pájaros fuera desesperan por entrar, pero los de dentro desesperan por salir». En definitiva, propone en materia educativa la entrada al saber por medio de ejemplos concretos y de experiencias antes que por conocimientos abstractos aceptados sin crítica alguna. Rehúsa, sin embargo, convertirse él mismo en un guía espiritual, en un maestro de pensamiento: no tiene una filosofía que defender por encima de las demás, considerando que la suya es únicamente una compañía en la búsqueda de identidad.

La libertad de pensamiento no se plantea como modelo, pues simplemente ofrece a los hombres la posibilidad de hacer emerger en ellos el poder de pensar y de asumir esta libertad: «La que enseña a los hombres a morir como se aprende a vivir».

Ediciones de Montaigne

Montaigne dio a la imprenta de Burdeos en 1580 los dos primeros libros de sus ensayos. Para una nueva edición, Montaigne anotó profusamente un ejemplar de sus obras de 1588, conocido como Ejemplar de Burdeos, con centenares de nuevos comentarios, ampliaciones y matizaciones, pero la muerte le sorprendió antes de poder entregarlo al editor. Su admiradora, Marie de Gournay, tomó el texto y lo editó para la versión que se publicó en 1595. Del ejemplar de Burdeos se hicieron todas las ediciones y traducciones posteriores desestimando la edición de De Gournay. En España, salvo algunos intentos parciales de Francisco de Quevedo en el siglo XVII, tradujo por primera vez el Ejemplar de Burdeos Constantino Román Salamero en 1898. De él se hicieron también las mejores traducciones al español del siglo XX, la de María Dolores Picazo o la de Marie-José Lemarchand. La más reciente de Jordi Bayod, por el contrario, se funda en la edición crítica de la de Marie de Gournay en 1595 que ha realizado La Pléiade, pues la crítica ha llegado a la conclusión de que el Ejemplar de Burdeos fue una mera copia de trabajo y De Gournay editó un manuscrito posterior.

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